Cuento de mi abuelo
Por: Miguel Ángel Quirós
Tras mucho tiempo en la guerra, un joven soldado volvió a su pueblo. Como había tenido la suerte de sobrevivir, lo primero que hizo fue dirigirse a la pequeña parroquia que allí existía para dar gracias a Dios y al viejo santo que siempre presidía el altar. Pero, cual fue su sorpresa, cuando al acercarse allí, vio que el viejo santo había sido sustituido por uno nuevo. Éste se hallaba rodeado de velas encendidas y de hermosas flores que realzaban su belleza. Arrodilladas a sus pies, varias personas rezaban con gran devoción. Mientras, el viejo santo se encontraba tirado en el rincón, cubierto de polvo y desconchado, abandonado por los que antes creían en él.
El soldado, desconsolado ante esta situación, no se resignaba a dejar a aquel “amigo” al que siempre había acudido. Pensó que ahora era “él” quien necesitaba ayuda y decidió hacer algo para devolver al viejo santo al lugar que nunca debió abandonar: el altar.
Tras mucho pensar, trabó un plan: se haría pasar por un pobre tullido y… Al otro día, el soldado se presentó en la iglesia y, en medio de la misa, se acercó al viejo santo y simuló hablar con él:
- ¿Qué…? - “No, hombre” – “¿Cómo voy a hacer eso…?” – “Bueno, bueno…” – “Si tú lo dices…Yo confío en ti”-.
Y, acto seguido, soltó una de las muletas con las que fingía ser inválido y se quedó solamente apoyado en la otra.
Gritó: -“¡Oh!”- “No me lo puedo creer” –
Mientras, la gente empezaba a mirarle con verdadera curiosidad.
De pronto, dijo: - “Nooo…” – “Eso sí que no” – “No puedo soltar la otra muleta” – “No ves que si lo hago, me caeré” – “Soy invalido, Por Dios” – “Sí, sí, yo confío en ti, pero…” – “Está bien, tú ganas”.
Y acto seguido, soltó la otra muleta.
Se oyó un “ohhh” de la gente que ya no oía la misa y el soldado empezó a gritar: -“¡Milagro!”.
De momento, el cura cogió al viejo santo, le quitó el polvo, lo rodeó de velas y flores y la gente lo llevó al altar junto al santo nuevo. Al instante, tenía una multitud rezando ante él. No hacía falta quitar a uno para poner a otro; los dos podían compartir lugar y fieles.
Entre tanto ajetreo, el soldado salió de entre la multitud. Ya en la puerta de la iglesia, miró al viejo santo y le pareció que le sonreía. El también sonrió y pensó: “Quién da recibe. Favor, con favor se paga”
Le había devuelto al viejo santo, lo que tantas veces recibió de él.
Colorín, colorado este cuento se ha acabado.
Fin.
Publicado por Barbate Lee. CEIP Bahía de Barbate en 8:13
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